Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa como la hierba a que bajó el rocío, y desconocerán mi faz gloriosa las altas cañas cuando baje al río. Tengo vergüenza de mi boca triste, de mi voz rota y mis rodillas rudas. Ahora que me miraste y que viniste, me encontré pobre y me palpé desnuda. Ninguna piedra en el camino hallaste más desnuda de luz en la alborada que esta mujer a la que levantaste, porque oíste su canto, la mirada. Yo callaré para que no conozcan mi dicha los que pasan por el llano, en el fulgor que da a mi frente tosca y en la tremolación que hay en mi mano... Es noche y baja a la hierba el rocío; mírame largo y habla con ternura, ¡que ya mañana al descender al río la que besaste llevará hermosura!